“Decir la palabra verdadera es transformar al mundo”
Por E. Akopian
La etimología de la palabra educación proviene del latín educere “guiar, conducir” o educare “formar, instruir”.
La educación es el resultado de un proceso que se materializa en una serie de habilidades, conocimientos, actitudes y valores. Según cómo haya sido el proceso educativo, éste puede producir cambios de carácter social, intelectual, emocional, o de otra índole en una persona. Durante la historia de la humanidad, distintos teóricos y personalidades han tratado de definir y describir el significado de este proceso, llegando a diferentes conclusiones, aunque también hay coincidencias entre ellos.
Según Aristóteles, “la educación consiste en dirigir los sentimientos de placer y dolor hacia el orden ético.” Este pensamiento lo podremos entender si lo contextualizamos en la época en la que fue producido, en la Grecia clásica, donde mente y alma eran entes independientes atrapados en un mismo cuerpo y donde la ética formaba un valor esencial.
El economista inglés Stuart Mill, define a la educación como “la cultura que cada generación da a la que debe sucederle, para hacerla capaz de conservar los resultados de los adelantos producidos y, si puede, llevarlos más allá”.
Émile Durkheim, ya superando las divisiones de alma y cuerpo, plantea que “la educación tiene por misión desarrollar en el educando los estados físicos, intelectuales y mentales que exigen de él la sociedad política y el medio social al que está destinado”, un pensamiento más cercano a los tiempos que corren.
Antonio Gramsci, plantea la necesidad de crear una cultura obrera, concepto que se relaciona con la necesidad de llegar a una educación capaz de desarrollar intelectuales obreros, que compartan la pasión de las masas. Para entender el rol de la educación en la teoría de Gramsci es necesario conocer los conceptos de Estado y de hegemonía.
El Estado tiene la función de difundir una concepción del mundo, es un organismo que crea las condiciones para la permanencia y expansión de una determinada clase social: la clase hegemónica. Así, el Estado no sólo tiene una función coercitiva sino que es una herramienta que sirve a una clase social para lograr la hegemonía, en cuyas manos está impartir la educación.
La hegemonía se consolida dentro del bloque histórico cuando se logra el consenso entre la sociedad política y la sociedad civil. El Estado, como instrumento de hegemonía conduce a lograr el control de la conciencia. Aquí nace la relación entre la función del Estado y la educación. El Estado debe concebirse como “educador” ya que tiende a crear un nuevo tipo de civilización. Aquí vemos la clara relación que establece Gramsi entre pedagogía y hegemonía: “Toda relación de hegemonía es necesariamente un rapport pedagógico”
Este sistema educativo que describe el intelectual italiano, puede inscribirse dentro de la llamada “pedagogía crítica”, desarrollada por el brasileño Paulo Freire. El teórico brasileño esbozó una “pedagogía de la liberación”, una teoría que se refiere a los países en vías de desarrollo y a las clases oprimidas, con el objetivo de lograr una concientización en ellos.
No podemos dejar de mencionar algo imprescindible en el campo de la educación, esto es, el idioma. El idioma es una forma de educación, ya que es un sistema de comunicación verbal o gestual propio de una comunidad humana. El idioma es la herencia cultural que se transmite de generación en generación y en muchos casos es motivo de orgullo. Esto ocurre con los armenios y su idioma milenario. Esta lengua con raíz indoeuropea data de entre 5.000 y 7.500 años de antigüedad, según recientes investigaciones. Mantener nuestro idioma es mantener nuestra historia, es mantener nuestra cultura, es honrar nuestro pasado, es honrar nuestra nación.
Habiendo una gran diáspora y viviendo en la Argentina, ¿cuál es nuestra lengua madre? ¿Es la armenia? ¿Es el español? La lengua materna es aquella en que uno hace preguntas y aprende. Para el aprendizaje, la conversación es lo fundamental. A la lengua materna le damos prioridad, incluso quienes nos criamos rodeados por varias lenguas. Una lengua extranjera se enseña y se aprende a través del habla, de la conversación, se logra la comprensión recíproca. A través del diálogo se transforma una y otra opinión, la comprensión implica la mutua correspondencia. Pero no debemos confundir el idioma hegemónico con nuestra lengua materna, tarea difícil, pero no imposible.
Hoy, en pleno siglo XXI, (a 17 siglos de la creación del alfabeto armenio), venimos luchando contra el olvido desde hace ya algún tiempo. Sabemos que se torna difícil mantener nuestro idioma, porque que en Argentina es ya la tercera generación de armenios la que lleva la rienda, pero aún así debemos luchar contra el olvido. Para ello varias de las instituciones tienen interesantes propuestas, tenemos escuelas armenias donde se enseña nuestro idioma, el que hablaban nuestros abuelos. Es decir, proyectos hay, y somos nosotros los que debemos llevarlos adelante y hacer que funcionen. Sea cual sea la concepción a la cual nos acerquemos, la más liberal, la más conservadora o la más revolucionaria, debemos trabajar para mantener nuestra cultura, nuestra identidad. Depende de cada uno de nosotros mantener el idioma o echarlo al olvido.