¿Y si me voy a vivir a Armenia?
Esa pregunta, que muchos nos hemos hecho alguna vez –y a la que algunos pocos respondieron con un “sí”-, deja flotando otros interrogantes que tienen que ver con la forma en la que los diasporeanos nos relacionamos con la Madre Patria. LADO A Cuando nos llegan noticias de algo que ocurre en Armenia nos invaden emociones de distintos tipos. Muchas veces, sin embargo, nos dejamos llevar por imágenes nostálgicas, poéticas y románticas de lo que Armenia es para nosotros. El Ararat, la música, la comida, las costumbres, los monumentos y la historia. Olvidamos a veces que hablamos de un país que existe físicamente, que es atravesado por problemas reales y que día a día lucha por subsistir. Pensamos en los conflictos territoriales y en los problemas con los vecinos como si jugáramos a la batalla naval, sabiendo que, si lo peor llegara a pasar, nosotros estamos lejos y a salvo. Es muy fácil hablar desde acá. Los que tuvimos la suerte de viajar a Armenia nos fuimos de allí con un nudo en la garganta y una promesa de volver. Estar en nuestra querida tierra reafirma (o desestabiliza) nuestra identidad y hace que afloren todos, absolutamente todos los sentimientos. Como en muchos viajes, uno se encuentra a sí mismo y se promete seguir buscando. Después, cada uno vuelve a su rutina, corre todo el año y se olvida. En lugar de eso, ¿qué pasaría si en medio de la vorágine del año pudiéramos tener una conversación con ese yo encontrado durante los viajes? ¿Qué pasaría si le hiciéramos caso? De golpe, un planteo dicho en el aire empieza a tomar forma, y esto da miedo, sobre todo cuando se trata de un giro drástico en nuestra vida. Es importante no dejarse llevar por los temores ni por las ilusiones; en estos casos hay que ser realista y fuerte: si estamos convencidos, siempre vamos a encontrar la manera. No es lo mismo volver para pasear que para trabajar. No es lo mismo trabajar por unos meses que quedarse a vivir definitivamente. Todo lo pintoresco puede convertirse en incómodo, todo lo exótico puede convertirse en invasivo, aquello de lo que teníamos miedo puede traernos una agradable sorpresa, y es normal que esto suceda, así como sucede cada vez que una idea se concreta y se transforma en una realidad. Sería divertido ir a ver al Conjunto Estatal de Danzas cada vez que se presenta, poder disfrutar de todos los eventos que se realizan en Yereván, ir al supermercado y que haya lavash y hummus en lata, que toda la música siempre resulte tan familiar, jugar al tavlí en las calles, tener tan cerca obras rquitectónicas de más de mil años, ir a hacer picnic al Seván en primavera, etcétera. Armenia tiene mucho para ofrecer, desde sus paisajes hasta su comida, su gente hospitalaria, su calidez y su movida cultural. El que decida mudarse a Armenia tiene casi garantizado que va a vivir de manera sencilla y feliz. Llegará un punto en que finalmente pueda referirse a Armenia como “casa” o “mi país”. Es sabido que la economía en Armenia no es precisamente fuerte, por lo que no son tierras para mentes ambiciosas. Sin embargo, para los extranjeros, y sobre todo extranjeros profesionales, existen muchas oportunidades y facilidades brindadas por distintas ONGs y agrupaciones que se dedican a la integración de los repatriados, tanto económica como socialmente. El ejemplo más conocido es Repat Armenia, una red que facilita información, contactos, bolsas de trabajo, consultores, conferencias, apoyo legal, networking, reuniones y clases de idiomas, entre otras cosas, a quienes están pensando en irse a vivir a Armenia y a los que ya están ahí. Todo esto tiene por objetivo simplificar el proceso de repatriación, haciendo que los temas de la búsqueda laboral y de vivienda en realidad sean lo más fácil de resolver. LADO B El desafío más fuerte puede ser el tema de la integración a la sociedad, tanto para el extranjero como para los locales. ¿Cuán difícil o posible es una integración casi total, ser considerado y/o sentirse uno más? La relación entre los hayastantsí (armenios de Armenia) y los spiurkahay (armenios de la Diáspora) es compleja. Sucede mucho que los locales y los diasporeanos conviven y trabajan juntos, pero nunca terminan de integrarse. Generalmente, se mueven en círculos diferentes. Los armenios de la Diáspora fueron moldeados por las culturas en las que se criaron y educaron, y así también los armenios locales, en los cuales se perciben no sólo la influencia de siete décadas dentro del bloque soviético sino también una concepción más oriental de la sociedad y sus valores . Por eso, el choque cultural es inevitable, y no sólo en el par locales-diasporeanos sino entre los repatriados también, ya que no es lo mismo un armenio que nació y creció en Argentina que otro que lo hizo en Iran o Estados Unidos, todos con distintas idiosincrasias. Esto puede pesar mucho más cuando uno decide irse a vivir que cuando lo ve con ojos de turista. El tema de la inmersión se toca también en las ONGs que trabajan con los repatriados, pero no se logra resolver el problema. Esto puede deberse a un doble discurso en el que se habla de integración por un lado pero, por otro, aparecen contratos para extranjeros con sueldos por encima de la media de los salarios locales, motivadores del tipo “vos podés cambiar Armenia” y atajos hacia los cargos más altos de las empresas medianas y grandes que se están asentando o que están surgiendo en el país. En todo eso, ¿dónde está la integración? El hecho de que haya un networking tan fuerte, además de las oportunidades laborales, termina constituyendo a los extranjeros en una especie de ghetto que convive con lo local pero no deja de diferenciarse, sobre todo desde ese discurso de que “venimos a hacer un cambio” como si fuésemos héroes (occidentales, claro) que van a salvar a los armenios de algo que ellos no son capaces de resolver. Deberíamos ser más humildes y entender que somos nosotros los que debemos adaptarnos y aprender del nuevo entorno, y no al revés. Por otro lado, es cierto que muchos armenios de la Diáspora deciden ir a comenzar su nueva vida en Armenia, pero no podemos dejar de mencionar que los casos son contados en relación a la fuertísima emigración que sufre Armenia. Cada año se van alrededor de 40.000 personas, un número significativo para la pequeña población de Armenia. Sin dudas, el tema de la repatriación es importante, pero no debería cuidarse más a los diasporeanos que a los locales o a los refugiados de Siria. El hecho de que los repatriados generalmente estén ocupando los puestos jerárquicos da que pensar. ¿Tenemos demasiados beneficios? ¿Cómo perciben los haiastantsís a los spiurkahay? ¿Será este uno de los factores que no deja que la integración sea completa? Es bueno que haya organizaciones que faciliten el proceso de repatriación, ya que la situación económica de Armenia no es tentadora para quien busca dónde asentarse y, si esa ayuda no existiera, seguramente serían muchos menos los repatriados. Pero también hay que observar la disparidad que esto genera y pensar qué se puede hacer para balancear la situación. Todos deberían tener las mismas oportunidades. Pero la integración real no se trata solamente de las oportunidades en el mundo laboral: viene dificultada también por la colisión de culturas verdaderamente distintas. En ningún lugar del mundo es fácil, y hay que ver hasta qué punto es posible integrarse a una sociedad siendo extranjero. En el caso particular de Armenia, no pasa por ser aceptado o no, sino por la identidad que cada uno tiene. Ésta está inevitablemente relacionada con el suelo en el que cada uno nació, y el bagaje cultural que trae, muy distinto en este caso a la idiosincrasia local. Sin embargo, la siguiente generación nacerá en suelo armenio y claramente va a tener menos conflictos de identidad que sus padres extranjeros. Viniendo de un país formado por inmigrantes, a un argentino no le costaría imaginarlo. Tamara Balyan]]>