Personas que conocí en Armenia: los que no pero sí.
Tiene 24 años, de París, Francia. Estudió periodismo y literatura. Es mitad francesa y mitad armenia (del lado de su papá, por sus dos abuelos). Marielle es alegre y dramática. De carácter y personalidad fuertes, efusiva, con un gran sentido del humor. Siempre te saca temas de conversación y, si le caés bien, se la juega por vos. Gran amiga y gran persona; tan grande que casi ni tiene filtro. Su familia nunca le habló mucho de Armenia. Es el día de hoy que Marielle no sabe de qué pueblo vienen sus abuelos ni cómo se fueron, ni por qué. Cuando ella preguntaba por Armenia le decían que no les gustaba, que ahí no había nada interesante. A pesar de vivir en París, donde la comunidad armenia es importante, nunca tuvo contacto. Por suerte su hermano, como ella, comparte su pertenencia. Como buena rebelde y curiosa que es, siguió sus instintos y se aventuró a la tierra de sus antepasados. Primero hizo una visita de 3 semanas con una amiga, y quedó encantada. Un año después fue para quedarse por más tiempo trabajando como voluntaria de Birthright Armenia. Trabajó en una asociación cultural para jóvenes, enseñó francés es una universidad, colaboró en el sitio arqueológico de Erebuní y ahora trabaja en el Instituto de Arte Naregatsí. Llegó sin saber una palabra de armenio, y ahora habla casi perfecto. -Marielle djan, ¿te quedarías a vivir en Armenia? -Oh mon Dieu, non! Porque la situación de las mujeres es muy mala y los salarios son muy bajos. Después de 8 de los 12 meses que planea quedarse en Armenia, la vida de Marielle cambió. Ya entiende lo que es ser armenio, cuando antes ni siquiera sabía lo que quería decir. Ahora sabe cuáles son sus raíces: ” Aprendí cosas sobre los demás y sobre mí misma, sé que desciendo de un pueblo sufrido, que tiene una historia inmensa y complicada, que soy y debo ser valiente.” Yuri, el más involucrado Yuri Kebian Omonte tiene 29 años, es de Río de Janeiro, Brasil, profesor de matemática. Mitad armenio, mitad boliviano. Él es otra gran persona. Sensible, dedicado y responsable. Le gusta el rock, sacar muchas fotos y luchar por Armenia. En el 2011 empezó a tener contacto con los armenios de San Pablo y un año después hizo todo para conocer la Madre Patria: “Quería aprender más de mis raíces, aprender el idioma de mi abuelo que mi mamá y mis tíos no sabían. El idioma y la cultura armenias no podían morir en la familia Kebian.” Yuri llegó a Yereván sabiendo solamente diez palabras en armenio. Hizo un esfuerzo descomunal (en serio, muchas veces no salía con el grupo de voluntarios porque se quedaba estudiando) y después de 6 meses de empaparse no sólo con el idioma sino con la vida y la gente, tenemos al Yuri orgulloso y feliz de ser quien es: “Ahora puedo decir que, me case con una armenia o no, mis hijos van a aprender armenio.” -Yuri djan, ¿vivirías en Armenia? -Sí, pero no es tan fácil tener un buen empleo. Si me invitan a trabajar… ¡yo voy ahora! Lo lindo de Yuri es ver la fuerza y la convicción con la que siente sus orígenes. Se toma muy en serio lo que lleva en sus venas. Tiene muchas ganas de hacer, sobre todo en San Pablo, donde no hay tanta armenidad. Y extraña Armenia, doy fe, muchísimo. Me lo recuerda cada vez que charlamos. Jessica, la más estudiosa Jessica tiene 25 años, es chef y nació en San Clemente, California, EEUU. Es 1/4 armenia, tiene un sólo abuelo de origen armenio, pero su familia no está muy interesada en el tema. Ella resultó ser la oveja negra. Nunca tuvo contacto con armenios porque donde ella vivía casi no había ninguno. Jessica es dulce, observadora, curiosa y sensible. Tiene el carácter de una persona grande, lee mucho, teje, se despierta muy temprano a la mañana y ama la ropa retro. Es hermoso caminar con ella: ve belleza donde nadie la ve. Jessica es la persona que me inspiró a hacer esta nota, un perfecto ejemplo de “los que no pero sí”. Ella quería aprender más de sus raíces: “No quería que la historia de mi familia se perdiera”. Llegó a Armenia por primera vez este enero como voluntaria de Birthright Armenia. Tardó pocos días de salir de su timidez, y enseguida se encariñó: “Al principio mi familia no entendía por qué estaba yendo a Armenia. Ahora que volví y les conté todo creo que están un poco celosos.” Le enloquecían las comidas, los telares, los mercados, las familias, la ciudad, pero sobre todo el idioma: “Me encanta el alfabeto, es hermoso. Y los sonidos son complicadísimos pero a la vez tan lindos…” No sabía una palabra de armenio, nada de nada. ¿Pueden creer que aprendió a leer y escribir? Y lee mejor que yo (no me jacto de leer bien, pero convengamos que conozco las letras de toda la vida y todavía no leo fluido, ¡y ella si!). Decía que la fonética no la dejaba pronunciar bien, entonces compró libros de chicos, de esos que tienen palabras con dibujos, y las iba leyendo despacito, cada vez mejor, hasta que pasó a los textos y ahí la tenemos: en solamente tres meses Jessica aprendió a hablar, leer y escribir. “Qué suerte que tenés abuelos con los que podés practicar”, me dice. Naturalmente, nosotros ni lo notamos porque ya estamos acostumbrados. -Jess djan, ¿cuándo volvemos? -No sé, no puedo esperar. Extraño mucho todo. Sigo con dos personajes que conocí fugazmente, y que en algo así como una hora me dieron una lección que voy a recordar por el resto de mi vida. Cristina, la más patriota Definitivamente se lleva todos los premios. Tuve el honor de tomar un té y charlar con ella en su casa, en Shushí, Artsaj, ver de cerca su nueva vida y conocer a su hija Anahid, de dos años. Cristina nació en Transilvania, Rumania. Es 1/4 armenia, o sea, una sola abuela. Escuchar a su abuela cantar en armenio y no entenderla fue lo que despertó su curiosidad. Su esposo Armen, de Marsella, Francia, a los 16 años descubrió que sus abuelos eran armenios, entonces decidió aprender el idioma. Y en el 2004 se fue a vivir a Shushí. Dice: “No podemos recuperar lo que perdimos, pero podemos construir algo nuevo.” A los padres de ambos les pasa lo mismo: no se sienten armenios. En ellos, en cambio, el sentimiento afloró, y por suerte se encontraron, los dos en exactamente la misma situación. La foto es de su casamiento, en trajes tradicionales, frente a la famosa catedral de Shushí. Eligieron Artsaj para vivir, un poco porque les gusta su tranquilidad, sus paisajes, su hospitalidad, y otro poco porque es el punto estratégico para la continuidad de Armenia: “No creo que lo que hice haya sido loco o heroico, eso sería egoísta. Simplemente soy armenio y quiero mantener mis valores, porque creo que es lo correcto”, dice siempre Armen. Cambiaron sus vidas totalmente, por una mucho más sencilla, con nuevos desafíos, pero la prefieren. Para ellos el 25% de su sangre es suficiente para ser considerado la base de su identidad. Andy, el más insólito Andy tiene 26 años, es cubano. Se escapó y ahora vive en Armenia (y no sabe si es armenio o no). Nunca entendimos bien cuál fue su tramoya de escape, pero nos contó que tenía una abuela que había nacido en Beirut, y que venía de Oriente Medio, aunque no tiene idea de dónde. O sea que su abuela pudo haber sido tanto armenia como turca o árabe. Con toda la furia es 1/4 armenio. Nos contó que empezó a escuchar música armenia y a interesarse por el idioma. Le dio tanta curiosidad y le gustó tanto que se terminó metiendo de lleno en toda la cultura armenia, que le encanta, y terminó por irse a Armenia a ver cómo era. Le encantó. La gente le resultó muy familiar por su mentalidad soviética: dice que los armenios se parecen mucho a los cubanos. Ahora vive en Yereván dando clases de español. Está feliz con el país, sus costumbres y su gente. Dice que se siente como en casa. ¡Y no saben lo bien que habla armenio! Hago una pausa para sumar un bonus, ya que la que sigue es una historia de alguien “que sí y recontra sí”, con una historia tan honorable y ejemplar que merece ser contada, incluso en esta nota tan selecta de gente “que no pero sí”. Suzie, la más valiente Suzanne tiene 54 años, editora, es de Nueva Jersey, Estados Unidos. Es full armenian: su familia completa se fue de Armenia Histórica justo antes del genocidio. Creció en contacto con la comunidad armenia local, sobre todo de la iglesia. Suzie es una gran persona, llena de amor, consejos y oídos que siempre van a estar para escucharte. Tiene la capacidad de hacerse amiga de absolutamente todos, incluso de los jóvenes, que somos tan complicados. Ella nos decía: “Ustedes me enseñan a mí.” Definitivamente, la más joven del grupo. Su primera vez en Armenia fue en el 2006 para trabajar como voluntaria con el Fuller Center for Housing construyendo viviendas para familias carenciada, con un grupo de su iglesia y su familia, y le gustó tanto que desde ese entonces volvió a Armenia cada año: “Amo este país porque es tan especial… ¡Es un vicio! Cada año sentía más ganas de volver, y con el tiempo me fui involucrando, estaba enamorada de lo que hacía. Es un honor ser parte del sueño de una familia.” Hace un año, su vida tomó un giro inesperado. Luego de 32 años trabajando como editora, perdió su empleo. Y acá viene la mejor parte, por la que yo más la admiro: tomó la valiente decisión de dejar todo y mudarse definitivamente a Armenia (“el lugar que me hacía más feliz”). Empezó trabajando como voluntaria de Birthright Armenia, donde conoció a su nueva familia, la del staff y los voluntarios de Birthright: “En el momento en que llegué, supe que me iba a quedar por mucho tiempo”. Siguió trabajando en el Fuller Center, y además colaboró con la Universidad Americana de Armenia (AUA) y con Armenian Volunteer Corps (AVC). “Me encantaría ser más útil, pero eso lleva tiempo. Cuanto más me quede, mayor va a ser el logro”, dice entusiasmada. Ya hace casi un año que Suzanne está viviendo en Armenia: “Estoy pasando el mejor momento de mi vida, acá todo es más simple y placentero, muy distinto a como era en Estados Unidos.” ¿Qué es Birthright Armenia? Esta organización tiene por objetivo fortalecer los lazos de los jóvenes armenios del mundo con la Madre Patria. Como su nombre lo indica, Birthright significa “derecho de nacimiento”: el mensaje es que todos los que tengan sangre armenia en sus venas merecen y tienen el derecho de conocer la tierra de sus antepasados. Para ser voluntario sólo hace falta tener ascendencia armenia (al menos un abuelo), el secundario terminado y quedarse por un mínimo de 14 semanas, y la organización se encarga de solventar todos los costos de viaje y estadía, además de ofrecer puestos de trabajo para voluntariado en organizaciones locales y temas relacionados con la carrera o los intereses de cada uno, una casa de familia con la hospitalidad infinita de cualquier familia armenia, clases de armenio dos veces por semana, debates, conferencias y excursiones geniales para todo el grupo. Y lo que no te dicen, pero te lo digo yo, es el maravilloso grupo de voluntarios armenios de todas partes del mundo que terminan siendo la otra gran familia. Por todo lo que acabo de decirte, es impresionante lo que aprendés, viendo todo más de cerca y haciéndote consciente de muchas cosas de las que no tenías ni idea. Lo que Birthright Armenia busca con esto es la inmersión, que el voluntario se sienta parte y se conecte. “Cuéntame y lo olvidaré, muéstrame y lo recordaré, involúcrame y lo entenderé”, decía el pensador chino Confucio. Bueno, tal cual. La idea es que nosotros, “los que sí”, pensemos todo lo que tenemos que aprender de “los que no pero sí”. Esto lo noté cuando empecé a escuchar las historias de otros voluntarios. ¡Y yo que me sentía una loca por estar yéndome a Armenia unos meses! Me di cuenta de que todos nosotros, “los que sí”, que tuvimos todo servido, tenemos la responsabilidad de hacer algo. Como dice Yuri, “no se puede olvidar”. No te pido que te vayas a vivir a Armenia, pero hacé algo. Lo que quieras. Para empezar, no te olvides de quién sos. Partiendo de esa base, todo sirve. Tamara Balyan* *Tamara es egresada del Instituto Marie Manoogian y estudia arquitectura en la UBA. Estuvo en Armenia desde enero hasta marzo de este año y trabajó como voluntaria en la ONG Research on Armenian Architecture ]]>