Lamentamos el fallecimiento del jurista Leandro Despouy, cuya actuación en la Subcomisión de Derechos Humanos de la ONU fue vital para el reconocimiento del Genocidio Armenio, en 1985, por parte de ese órgano.
Este es el relato de su colega y amigo Roberto Malkassian (uno de los abogados argentino-armenios que lo acompañó en el armado de la estrategia para las presentaciones ante la ONU), sobre los hechos ocurridos en Ginebra y que pintan de cuerpo entero el insobornable compromiso de Despouy con la defensa de los Derechos Humanos.
En el derecho internacional hay varias formas de calificar una situación para que sea válida. Puede ser unilateral (uno de los países acusa a otro) o se puede demandar a ese Estado ante la Corte Internacional de Justicia, (el único tribunal existente que puede hacer esa calificación). El problema es que los Estados no están obligados a ir ante la Corte.
La tercera alternativa es que esa calificación la haga un órgano que represente a la comunidad internacional: esa organización es Naciones Unidas. En ese ámbito, hay que ubicar al órgano al que le corresponde hacer esa calificación: la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías. Este es un órgano pretendidamente técnico y sin influencias políticas, ya que sus integrantes no representan a sus países respectivos sino que son realmente expertos en Derechos Humanos. En la Subcomisión se le pide a uno de sus miembros que haga un informe sobre el tema, designándoselo “relator especial”. En este caso, el tema no fue el genocidio armenio sino “El estado actual de la Convención sobre el Genocidio”, de 1948. El informe se realizó por primera vez en la década del 70, época en la que los armenios, ya sea por presiones políticas o económicas, o, lamentablemente, a través de la violencia, habían llevado el tema a la opinión pública.
El informe no necesariamente debía contener una parte histórica, pero eso ocultaba una realidad: que se estaba haciendo por los armenios. Por eso es que tanto el de la década del 70, preparado por un experto ruandés, como el de Ben Whitaker, de 1985, empiezan con una reseña histórica.
En la práctica, el relator especial hace su investigación, envía notas a todos los gobiernos para que le den su opinión sobre la Convención y así va elaborando un informe preliminar que presenta todos los años en la Subcomisión, donde es discutido y perfeccionado. Durante dos años, el experto ruandés presentó informes preliminares en los que había un párrafo dedicado especialmente al caso armenio. Al tercer año, cuando tenía que presentar la versión definitiva, el párrafo referido al aspecto histórico del genocidio de los armenios ya no estaba… y el especialista ruandés tampoco. Desapareció y nunca más se lo vio. Algunos miembros del gabinete del Primer Ministro francés han comentado, off the record, que los turcos le pagaron 400.000 dólares y le compraron una casa en la Costa Azul.
Fue una catástrofe porque el informe circuló, fue aceptado y se terminó, tema cerrado. Sin embargo, quedó claro que había una gran disconformidad entre los armenios.
La forma de reflotar esa situación fue conseguir que el tema volviera a ser tomado por la Subcomisión y que se hiciera necesario un nuevo estudio sobre la situacion de la Convención de 1948. Los armenios europeos movieron sus influencias y lograron que se designara a Ben Whitaker como relator especial. Como el tema álgido era el caso armenio, Whitaker decidió no destacar el caso armenio en un párrafo aparte, cosa que para él había sido un error por parte del ruandés. Por eso es que en la parte histórica menciona no sólo el caso armenio sino el judío, el de una tribu africana de una ex colonia alemana y el de unos indios paraguayos de los cuales ni yo ni nadie habíamos escuchado hablar jamás.
Casi simultáneamente, en Buenos Aires nos contactábamos con Leandro Despouy por medio de un funcionario de Cancillería, ya que antes de las elecciones del 83 se había formado un comité argentino armenio de apoyo a la candidatura de Raúl Alfonsín. Tras el triunfo de la UCR, fuimos a visitar a Solari Yrigoyen, asesor presidencial en materia de relaciones exteriores, a quien le comentamos sobre la situación del tema en Naciones Unidas y que si a Francia, que siempre ha mantenido la cuestión en el candelero, se le unieran otros países, podríamos generalizar más el interés. Así es como, ante el decidido apoyo argentino, se creó el Asamblea Interinstitucional Armenia (AIA) y se decidió que yo acompañara a Despouy a Ginebra para indicarle cuál era la situación del informe anterior y qué se pretendía en esta ocasión.
En 1984, cuando llegamos a Ginebra, Despouy le pidió a Whitaker que presentara un informe preliminar para que él pudiera suscitar un debate y así producir declaraciones de los expertos que de alguna manera los comprometieran para el año siguiente, dejando antecedentes firmes de que el informe estaba bien. Una declaración así no implica una obligación legal pero se les hace mucho más difícil decir exactamente lo contrario al año siguiente, presionados por los turcos o por sus propios países. Y, sobre todo, queda en las actas.
Entonces, Leandro preparó la estrategia, habló con algunos expertos y a la mañana siguiente, cuando empezó la sesión, se produjo una reacción en cadena a favor del informe. En estas sesiones, los Estados pueden participar como observadores (tienen derecho a hablar pero no a votar). Y los turcos, como siempre están involucrados en algún caso de violación de Derechos Humanos, tienen a una persona orbitando por ahí. Como en esta sesión no se iba a tratar el tema y en ese punto no había nada que los involucrara, no había nadie. Sin embargo, antes de que terminara la presentación del informe entró corriendo un secretario de la Embajada de Turquía y tomó el auricular de la traducción simultánea. A los diez minutos salió corriendo y lo vimos hablando desde una cabina de teléfonos que estaba afuera. Colgó y volvió como una tromba. Unos diez minutos después entraron corriendo el embajador y otra persona más, pero ya era tarde. El debate había terminado, la sesión estaba cerrada y no pudieron decir nada.
Como a principios del 85 se reunía la Comisión de Derechos Humanos, la comunidad armenia de Argentina hizo un gran esfuerzo para proveernos de material que los representantes de AIA distribuimos en Ginebra. La mayoría de los diplomáticos a los que abordamos no tenía ni la más mínima idea de que en la Subcomisión se iba a tratar el tema, y mucho menos de la mención del caso armenio. Sólo sabía que cada tanto los armenios tenían un problema, pero no sabía exactamente cuál era. Al contrario, la propaganda turca había tomado un error táctico de los armenios que habían estado manifestando hasta entonces (en general, organizados por el Tashnagtsutiun) que era mezclar el tema del genocidio con la reivindicación de las tierras, cuando son dos problemas distintos. Los turcos decían que en realidad el reclamo de los armenios no era de Derechos Humanos sino territorial y, encima, como no había un Estado armenio, pedir por las tierras significaba querer agrandar el Estado Soviético, por lo que tenían la excusa ideal. Entonces, nos pareció elemental que no había que mezclar las cosas: si estábamos en un ámbito de Derechos Humanos, había que hablar de eso, lo cual no significaba renunciar a las tierras.
Cuando en agosto de 1985 se reunió la Subcomisión y Whitaker presentó su informe, que estaba compuesto de una pequeña parte histórica y luego del tratado, las reacciones fueron negativas por todos lados. El debate sobre la cuestión armenia duró unas cinco sesiones (tres días), mientras que en media sesión de una hora y media se resolvió que todo el resto estaba bien.
Esas cinco sesiones hicieron ver claramente para qué estaba hecho el informe. Y Turquía había hecho lobby. Incluso Bélgica, donde la comunidad armenia es importante en el ámbito político, mandó a un nuevo experto que dijo: “Sobre el genocidio armenio hay una cantidad de libros que habla a favor y otra igual que habla en contra, así que no hay certeza sobre si hubo o no un genocidio”. El experto de los Estados Unidos llegó a decir que el del genocidio era un tema tan menor, tan anecdótico, que era para hablar en una sobremesa. Todo terminó con una votación en contra y ahí el tema estaba cerrado. Cuando casi todos se habían ido, me acerqué a la mesa en la que estaban sentados el experto francés y Despouy y escuché que Leandro le preguntó: “¿Y ahora qué les vamos a decir a los armenios que están esperando afuera?” El francés, que había llevado el peso del tema hasta la aparición de Despouy, le respondió: “¿Y qué les vamos a decir? Que no siempre se puede ganar”, a lo que Leandro le dijo: “¿Cómo le vamos a decir que no siempre se puede ganar si esta gente nunca ganó nada?”
Fue tremendo. Nos fuimos a comer a una pizzería y nos sentamos, más muertos que vivos, pensando cómo pudo haber pasado algo así. En ese momento, Leandro observó que, unas mesas más atrás, el norteamericano que había dicho semejante barbaridad estaba cenando solo.
Leandro, casi como por una reacción instintiva, de persona civilizada, nos preguntó si podía invitarlo a sumarse a nuestra mesa. Estábamos tan en otro mundo que, si Leandro quería tener un gesto de consideración con un colega, nos daba lo mismo. Se sentó y nosotros seguimos comentando lo que había pasado, lamentándonos porque el tema estaba cerrado, cuando el hombre, mientras comía, sin levantar los ojos del plato, dijo: “No está cerrado”. Creo que estaría pasando la vergüenza de su vida, porque le hicieron decir cosas que jamás se hubiera podido imaginar. Y nos hizo notar que, durante la sesión, el experto canadiense estaba hablando y hubo una votación, pero había un tema anterior que no había sido resuelto, por lo que se podía retomar el tema.
El americano no había terminado de hablar que nosotros ya nos habíamos reunido para planear la estrategia para el día siguiente. Había que hablar con la experta griega, comentarle lo que había quedado pendiente y organizar una cadena de exposición. Entonces, cuando se abrió la sesión, Leandro pidió la palabra y planteó una situación más de procedimiento que del fondo de la cuestión acerca del genocidio armenio. Partiendo de la base de que el voto había sido negativo porque muchos de los expertos decían que el informe no se podía aprobar porque no estaban de acuerdo con algunas partes y querían dejar constancia de eso, Leandro planteó: “Siempre que se tuvo en consideración el estudio de un informe, alguno de nosotros ha tenido algún tipo de objeción. Ahora, si la condición para aprobar un informe es que nadie tenga ninguna objeción”, dijo, y ahí se puso violento, “lo que voy a hacer a partir de este momento es decir que hay una parte de cada uno de los informes que presenten ustedes sobre la que no estoy de acuerdo y por lo tanto el informe no se puede aprobar”. Quedaron desconcertados, porque cada uno empezó a pensar en su trabajo y en que jamás se iba a poder aprobar un informe. Automáticamente se pasó a votar y todos levantaron la mano por el “sí”, porque fue tan rápido que no hubo forma de recibir instrucciones, ni siquiera de sus propios países.
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