Mujeres en Armenia
allá son re machistas o que la cultura es diferente, cometiendo el error de asumir que por el hecho de que las cosas sean así y que ellas estén acostumbradas a esto no tenemos nada que decir o hacer al respecto. Es cierto, y por eso tenemos que ser delicados al opinar, que en Armenia suceden y se creen cosas inconcebibles para nuestra visión occidental porque justamente estamos hablando de un país caucásico, rodeado por países en los que la desigualdad de género es aún más acentuada. Para comprender muchos de los problemas que tiene Armenia, no solamente los relacionados con las mujeres, debemos conocer un elemento de su cultura que condiciona muchas cosas: la estructura patriarcal. En Armenia el hombre es la cabeza de la casa, y es el hijo varón mayor el que luego se quedará a vivir con sus padres una vez casado, y es el que cuidará de ellos y heredará sus bienes. Las mujeres al casarse se mudan con su marido y sus suegros. Esto ocurre no sólo por ser una costumbre tradicional sino porque la situación económica del país no permite a la nueva pareja adquirir una casa propia. Durante la época soviética las mujeres habían empezado a ser más activas en la vida pública y, tras la caída de la URSS, Armenia abandonó ese aspecto socio-económico, si bien conserva muchos otros, y vuelve al rol que considera nacional y armenio de la mujer: el de ama de casa, madre y esposa, puertas adentro. Dicho esto, podemos enmarcar algunos problemas muy comunes que afrontan las mujeres dentro de esta estructura. El mercado laboral Esta unidad básica de la que hablamos, llamada familia armenia, como primera consecuencia arroja una serie de roles establecidos, prejuicios y estereotipos en que se encasilla tanto a los hombres como a las mujeres, y los condiciona al momento de elegir a qué van a dedicarse. En una encuesta realizada a fines del 2013 por el Women’s Support Center (Centro de Apoyo a la Mujer), una gran parte de los entrevistados, tanto hombres como mujeres, afirmó que una mujer no podría ser exitosa profesionalmente como política, abogada, empresaria, o policía, carreras comúnmente asociadas al género masculino. Por otro lado, para el 55% de los hombres y el 44% de las mujeres una mujer sin un hombre a su lado no puede completarse como miembro de la sociedad, aunque hay una ligera tendencia a que en los grupos de edad inferiores esos porcentajes disminuyan. Además, un 50% de los hombres y un 37% de las mujeres cree que la política no es lugar para una mujer, mientras que el 75% de los hombres y el 62% de las mujeres afirma que los hombres son más aptos para desarrollar roles de liderazgo. Estos conceptos culturales generalizados traen como consecuencia diversas dificultades a las mujeres al buscar trabajo, crecer como profesionales, e incluso buscar apoyo dentro del mismo contexto familiar cuando deciden estudiar o especializarse. A esto se le suma la gran diferencia que existe en los valores de los salarios: las mujeres ganan entre el 50% y el 70% de lo que ganan los hombres, ya que el sustento real de un hogar es el sueldo de este, siendo el de la mujer un complemento, lo cual genera además dependencia financiera del marido. Los ámbitos en los que la discriminación de la mujer se manifiesta con más fuerza son principalmente el de la familia y luego la política y el mercado laboral. A pesar de esto, el rol de la mujer en la sociedad armenia creció cualitativa y cuantitativamente en los últimos 5 años debido a una mayor participación de las mujeres en la política, la mención de temas de género en los medios y el aumento de la cantidad de mujeres que se insertaron en el mercado laboral. Todos estos factores lentamente van cambiando la mentalidad nacional, sobre todo en las nuevas generaciones. Hubo algunos logros con respecto a este tema en los últimos años: el Plan Nacional de Acción para Mejorar el Estatus de las Mujeres (2004-2010) y la recientemente adoptada Política de Documentación de Género (2011-2015), junto con el trabajo de varias ONGs como el Women’s Resource Center (Centro de Recursos para la Mujer) y el Women’s Support Center, lentamente contribuyen a mejorar la situación. El primer paso, el de tomar conciencia, ya está dado. La violencia doméstica “Siempre hay una razón, nadie golpearía a una mujer porque sí.” “Si actuó de manera que no es comprensible o aceptable para su marido, lo lamento y le recomiendo que no vuelva a cometer esa clase de errores en el futuro.” “Para nuestra mentalidad llamar a la policía denunciando a tu marido no es aceptable.” “Si una mujer se acostumbra a la violencia, no deberíamos interferir.” “En la iglesia dicen ‘Soy obediente’, y así deben ser. Si se mantienen obedientes nadie les va a pegar.” “Me gustaría que la ley me protegiera, pero yo personalmente evitaría hacerlo público a causa de nuestra mentalidad, en nuestra sociedad tal cosa es considerada una vergüenza.” “¿Qué tiene de malo? Se puede presentar una situación en que no haya más remedio que pegarle, no es gran cosa.” Estas citas textuales surgen de las frases vertidas por diferentes personas, entrevistadas al azar en la calle, para el documental Կառավարությունը մերժում է ընտանեկան բռնությունը, մենք մերժում ենք լռությունը (El gobierno rechaza la violencia doméstica, nosotros rechazamos el silencio), producido por Society Without Violence Armenia (Sociedad Sin Violencia). El problema es grave cuando la misma población no es consciente del mismo. Por extraño que parezca, estas opiniones son muy comunes y generalizadas, tanto en hombres como en mujeres. Según Amnistía Internacional, el 69% de las mujeres armenias reporta haber sido físicamente agredida por su pareja al menos una vez en su vida, siendo en el 85% de los casos el marido. Además, un 66% de las mujeres armenias sufre abuso psicológico. Otro estudio, realizado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en 2011, arroja datos similares: del total de encuestados, el 78% de las mujeres dijo haber sido víctima de violencia doméstica por parte de su marido, y el 13% por su suegro/suegra. Para los hombres, en ambos casos es el 0%. Un dato curioso es cómo se van conformando los roles de agresor y víctima en la familia: si prestamos atención, veremos que los hombres también son sometidos a la violencia –aunque en menor proporción- cuando son todavía niños. Según el mismo estudio, el 46% de los hombres dijo haber sido víctima de violencia doméstica por parte de su padre, y el 12% de ellos por su madre, mientras que para las mujeres estos resultados fueron del 7% y el 8% respectivamente. Podemos llegar a la conclusión de que la violencia doméstica es moneda corriente, y podríamos atribuir el comportamiento de los hombres de hoy a lo que vieron cuando eran chicos. Hay que tener en cuenta que muchas veces la violencia doméstica no es denunciada, por lo que es difícil contar con estadísticas precisas. Esto se debe a que todavía está estigmatizado hablar del tema. El único apoyo real que existe para las mujeres son ONGs con recursos limitados y relativamente poca participación de las víctimas, ya que denunciar este tipo de actos tiene un costo social muy alto dentro del círculo familiar y el vecindario; es decir, sería una vergüenza para la mujer y su familia, sin siquiera estar seguros de la efectividad de la denuncia, ya que lo único que pueden hacer las ONG es prestar refugio, apoyo, contención y concientización. La realidad es que todavía no existe una ley que condene la violencia doméstica, por lo que muchas mujeres sienten que no tienen a dónde acudir y terminan prefiriendo negar el problema antes que intentar solucionarlo. La ley de Violencia Doméstica, redactada por el Women’s Resource Center, fue presentada al Parlamento en el 2007 pero aún no fue adoptada (ver La Ley de Violencia Doméstica). Pero más allá de la ley, existe un problema de actitud frente al tema. La reacción inmediata suele ser que la mujer tiene la culpa de haber sido golpeada; que hacer la denuncia es vergonzoso; que hay que cuidar que los vecinos no se enteren; que, si bien existen los divorcios, son muy pocos y están mal vistos; que es deshonroso que la mujer no sea reservada y haga públicos sus problemas personales, etcétera. Entonces, ¿la actitud tiene que cambiar para que empiece a existir la ley? ¿O tiene que existir la ley para que cambie la actitud? Es un poco de los dos: una vez que la ley exista, las ONGs van a tener una mejor base con la cual podrán operar más efectivamente y entonces disipar el miedo a la denuncia. Lentamente, a partir de que se hable cada vez más, el tema dejará de ser tabú, y así se podrá cambiar la actitud frente al mismo. Luego de la muerte en el 2010 por violencia doméstica de Zaruhí Petrosyan, una chica de 20 años, los movimientos de reclamo comenzaron a gestarse con más fuerza. Otro caso que sacó el tema a la luz es el de Hasmik Khachatryan, una joven de 27 años que decidió pedir el divorcio y denunciar a su marido y suegra luego de casi una década de maltratos. A pesar de esto, no es difícil imaginar la reacción general de mucha gente para ambos casos, tanto hombres como mujeres: “Me pregunto qué habrá hecho”. Muchas personas pueden creer que los ataques fueron provocados por la víctima, pero es preferible la discusión al silencio. Si no se admite que el problema existe, si se escapa de él por miedo o vergüenza a hablar del tema, no significa que el fenómeno va a desaparecer o que el problema se va a resolver. También se puede mencionar el programa de defensa personal SheFighter. Nora Kayserian, su fundadora, explica que, por lo general, después de un largo período de tiempo aprendiendo las técnicas, las mujeres “se sienten más dueñas de su cuerpo y reconocen sus derechos; fortalecen tanto su físico como su mente; adquieren la capacidad de hablar por sí mismas, haciendo que sus voces sean escuchadas; comprenden el hecho de que son personas independientes, capaces, y comienzan a tener control de sus vidas.” Muchas personas –tanto hombres como mujeres de distintos rangos de edad- se manifiestan en contra de la violencia doméstica y la encuentran totalmente injustificable. A pesar de esto, la proporción de hogares en los que se dan hechos de violencia doméstica y la mentalidad general siguen siendo preocupantes. La mayor barrera está en la creencia de que una subordinación tan fuerte de la mujer forma parte de la cultura armenia, lo que hace que muchos vean a las ONGs como enemigas de la cultura y destructoras de familias. “El mundo cambió”, dice Davit Amiryan, del Open Society Institute (Instituto Sociedad Abierta). “No podemos determinar las relaciones humanas de hoy basándonos en tradiciones y moralidad de hace 500 o 1000 años. De lo que estoy absolutamente seguro es de que la violencia nunca pudo haber sido parte de esos valores o tradiciones.” El aborto En Armenia el aborto es el método de planificación familiar más utilizado. Allá es legal abortar hasta las 12 semanas de embarazo. Se estima que, en promedio, las mujeres abortan una vez cada uno o dos años durante toda su vida sexual activa, lo que significa que a los 40 años tienen un promedio de 8 abortos y hay mujeres que para cuando llegan a la menopausia pueden alcanzar los 25 (sólo contando los realizados legalmente). Hay varios motivos que llevan a esta situación. En primer lugar, la sexualidad en general es un tema tabú en el ámbito familiar y hasta hace algunos años casi no había educación sexual en las escuelas, por lo que hay un desconocimiento generalizado del sistema reproductivo y su funcionamiento, y más aún de los métodos anticonceptivos. El peligro que esto conlleva es que las mujeres no cuentan con todas las herramientas para ejercer el derecho a cuidar su salud y a decidir sobre su propio cuerpo, evaluando todas las opciones posibles. En segundo lugar, influyen también el alto costo y la baja accesibilidad a métodos como el preservativo o las pastillas anticonceptivas. Sobre todo en los pueblos del interior, donde una persona gana unos U$100 al mes, es claro que le es imposible pagar U$15 por una caja de pastillas anticonceptivas y la opción elegida suele ser pagar un aborto quirúrgico de aproximadamente U$40 una vez cada dos años. En tercer lugar, las dificultades económicas también tienen incidencia en la planificación familiar en general. La mayoría de las familias no puede mantener más de dos hijos, por lo que, superando ese límite, se acude al aborto cada vez que la mujer vuelve a quedar embarazada. Como para agravar aún más la situación, muchas veces esos abortos no son realizados en clínicas sino que las mujeres mismas se auto medican durante las primeras fases del embarazo, utilizando remedios comúnmente utilizados para curar úlceras (estos tienen un costo de aproximadamente U$0,50; empleado correctamente, este método resulta efectivo para ese fin, pero en ciertos casos, por desconocimiento y mal suministro, puede terminar en abortos fallidos o hemorragias). El Estudio de Demografía y Salud realizado por el Ministerio de Armenia en 2010 revela que, de las mujeres casadas, el 12% usa pastillas anticonceptivas o DIU, el 15% opta por el uso del preservativo, el 28% usa métodos tradicionales (principalmente el coito interrumpido y, en menor grado, el método del calendario, por lo que esta porción está más expuesta a recurrir al aborto cuando el método falla) y el 45% restante no recurre a la anticoncepción, pasando directamente al aborto cuando le es necesario. El desafío para Armenia hoy es promover alternativas a los abortos y hacer accesible la información necesaria para una correcta planificación familiar. El gobierno tomó algunas medidas: en el año 2000 realizó la campaña “Por la Familia y la Salud”, con la que estableció tres clínicas de planificación familiar y salud sexual y reproductiva en Yereván, y seis en distintos puntos del interior. Desde el 2010 se abrieron 75 unidades de planificación familiar en todo el país, que ofrecen asesoramiento y anticonceptivos gratuitos, y 24 centros de salud en cinco provincias del sur. El resultado fue una disminución notable en la cantidad de abortos. Según el Ministerio de Salud, en el año 2000 el porcentaje de embarazos interrumpidos por aborto inducido era del 55% y, diez años después, tras la implementación de estas medidas, la cifra se redujo al 29%. En el interior del país la situación presenta algunas problemáticas distintas a la de Yereván. Los pueblos están constituidos por una población predominantemente de mujeres. Sus esposos se van a países vecinos a trabajar por meses y hasta años, e incluso en ocasiones tienen otra mujer e hijos en su ciudad de trabajo. Es muy común que traigan consigo enfermedades de transmisión sexual (ETS), que luego contagian a su mujer. “Son hombres, tienen necesidades…”, dicen ellas, sin tener demasiada opción. En la encuesta del Ministerio de Salud, el 50% de los hombres que trabajaron fuera del país en los últimos tres años respondió que no se justifica que una mujer no quiera tener relaciones con su marido porque él haya estado con otras mujeres. Esto crea un gran problema y es uno de los motivos por los cuales crecen las ETS, incluyendo el SIDA (hasta el 2011 se registraron 1072 casos de esta enfermedad en Armenia).