-10º pleno verano
Éramos 21 personas, empezamos 14
y terminamos 10. Sin dudas el día del ascenso al monte Aragadz será recordado
por la gran mayoría de nosotros para toda la vida.
Nos fuimos temprano del hotel,
con más de 30º de calor y con una mochila con una muda de ropa y una camperita.
Al bajar del micro en el punto más alto de Armenia, ya sentimos el brusco
cambio de temperatura, aunque a nadie e
importaba debido a la emoción que implicaba estar en ese hermoso lugar. Luego
de sacarnos una foto grupal con el lago de fondo, 14 chicos y un guía del lugar
comenzamos nuestra misión: escalar hasta la cima del monte Aragadz.
De a poco se sentía cómo el clima
se iba poniendo más y más frío. Ya estábamos todos con nuestras camperas
puestas y los que no habían llevado nada, se las rebuscaban para encontrar algo
para cubrirse. Luego de unos tranquilos primeros diez minutos, se empezaron a
presentar las primeras complicaciones; comenzaron a caer pequeñas pelotitas de
granizo que cada vez se hacían más intensas y más grandes – y obviamente más
dolorosas -. Una vez que dejó de granizar, 4 de los chicos del grupo decidieron
volver, y los demás seguimos con la travesía.
Algunos iban sintiendo
gradualmente el cansancio y como si fuera poco, empezó a llover a la mitad del
camino. Todos mojados y lastimados por el granizo, pusimos mucha garra y
corazón para seguir subiendo; la temperatura era de unos -10º y ya no sentíamos
las manos ni los pies.
Faltando unos 100 metros para
llegar a la cima, aprovechamos que la lluvia y el granizo habían parado y
logramos sacarnos una foto, ya que desenfundar la cámara en cualquier otro
momento implicaba un alto riesgo de que se moje o se golpee. El “recreo” duró
poco y 2 minutos después nos encontrábamos nuevamente debajo de la lluvia.
El guía – o el sherpa, como lo
apodamos nosotros – nos advirtió que era bastante peligroso subir hasta arriba
de todo, considerando que no teníamos la ropa adecuada y el atípico clima no
hacía más que complicar las cosas. Después de un pequeño debate, a pesar de que
queríamos llegar hasta la cima, decidimos que lo mejor era volver. Nos
esperaban 2 horas del mismo y duro camino que habíamos recorrido para llegar
hasta ahí, pero esta vez el granizo en el piso se había convertido en nieve y
el agua de lluvia derretía esta nieve, por lo que estaba muy resbaladizo y se
complicaba mucho bajar.
No veíamos la hora de estar bajo
una ducha caliente o tomando un té. Varias partes del descenso las tuvimos que
hacer corriendo para que no se nos paralicen los músculos, que a esa altura ya
ni los sentíamos. Obviamente con el estado del suelo, hubo varios resbalones y
caídas, aunque por suerte yo me pude mantener de pie todo el camino.
La llegada al micro fue como
tocar el cielo con las manos; lo primero que hicimos fue sacarnos toda la ropa
empapada, y temblando, recibimos los abrazos y el calor de nuestros compañeros
que habían decidido no subir. Luego, busqué mi mochila con ropa para cambiarme,
pero al abrirla me di cuenta de que todo lo que tenia adentro estaba también
mojado.
Al llegar nuevamente al hotel,
varios de nosotros bajamos en ropa interior o con muy poca ropa, y ver la
expresión de asombro y desconcierto en la cara de los armenios que pasaban por
ahí fue sin dudas una de las anécdotas más graciosas del viaje. Apenas entré a
la habitación tiré toda la ropa mojada al piso, me metí debajo de la ducha bien
caliente y tuve la sensación de que el alma me volvía al cuerpo.
Más allá de que fue un muy duro
camino, fue una experiencia inolvidable y que definitivamente volvería a hacer.
También, a pesar de que no pudimos llegar a la cima, estamos todos muy
orgullosos de lo que logramos, ya que el espíritu aventurero nos llevó a
sobreponernos a todo. Estoy seguro de que ésta va a ser una gran historia para
contarle a mis nietos…